Vinicius de Moraes, nosso grande e saudoso poeta carioca, escreveu este poema e eu me permiti transcrevê-lo por ser exatamente o que eu gostaria de dizer a estas pessoas maravilhosas que fazem parte de minha vida. Tenho amigos que não sabem o quanto são meus amigos. Não percebem o amor que lhes devoto e a absoluta necessidade que tenho deles. A amizade é um sentimento mais nobre do que o amor, eis que permite que o objeto dela se divida em outros afetos, enquanto o amor tem intrínseco o ciúme, que não admite a rivalidade. E eu poderia suportar, embora não sem dor, que tivessem morrido todos os meus amores, mas enlouqueceria se morressem todos os meus amigos! Até mesmo aqueles que não percebem o quanto são meus amigos e o quanto minha vida depende de suas existências... Há alguns deles que não procuro, basta-me saber que eles existem. Esta mera condição me encoraja a seguir em frente pela vida. Mas, porque não os procuro com assiduidade, não posso lhes dizer o quanto gosto deles. Eles não iriam acreditar. Muitos deles estão lendo esta crônica e não sabem que estão incluídos na sagrada relação de meus amigos. Mas é delicioso que eu saiba e sinta que os adoro, embora não declare e não os procure. E às vezes, quando os procuro, noto que eles não têm noção de como me são necessários, de como são indispensáveis ao meu equilíbrio vital, porque eles fazem parte do mundo que eu, tremulamente, construí e se tornaram alicerces do meu encanto pela vida. Se um deles morrer, eu ficarei torto para um lado. Se todos eles morrerem, eu desabo! Por isso é que, sem que eles saibam, eu rezo pela vida deles. E me envergonho, porque essa minha prece é, em síntese, dirigida ao meu bem estar. Ela é, talvez, fruto do meu egoísmo. Por vezes, mergulho em pensamentos sobre alguns deles. Quando viajo e fico diante de lugares maravilhosos, cai-me alguma lágrima por não estarem junto de mim, compartilhando daquele prazer ... Se alguma coisa me consome e me envelhece é que a roda furiosa da vida não me permite ter sempre ao meu lado, morando comigo, andando comigo, falando comigo, vivendo comigo, todos os meus amigos, e, principalmente os que só desconfiam ou talvez nunca vão saber que são meus amigos! A gente não faz amigos, reconhece-os. Sua existência tem sido para mim nesses últimos meses, um grande motivo para me manter firme na convicção de que realmente tudo nessa vida vale a pena... Obrigado por você existir e ser um anjo amigo em minha vida, o qual eu sei que meu Salvador preparou para mim..... Mozart Luiz Vieira Coordenador de Serviço Consultor e Especialista em Dependência Química e Comunidade Terapêutica |
sábado, 12 de junho de 2010
ARTIGO DO PORTAL
¿Dios dice? o Simón dice.
¡una pecadora!» Lucas 7,36-8,3
Son curiosas las justificaciones que utilizamos para apartarnos de los demás, los argumentos que buscan marcar la diferencia de los terrenos en los que estamos parados/as, intentan apelar a la aprobación de otros/as (si son muchos/as mejor), también se pretende un aval institucional que nos de la razón, y por supuesto no puede faltar el aval religioso o divino. De esta manera llegamos a comprender que la "normalidad" pretendida por los -mezquinos y soberbios- intereses de algunos grupos o sectores, está avalada por Dios mismo. Con este criterio -en distintos momentos históricos- se ha llegado a justificar guerras, como la condenación y matanza de aquellos/as qu e no tuvieron un respaldo político-económico que les permitiese sobrevivir. La historia no la pueden contar las personas que fueron asesinadas, ni aquellas que quedan sometidas a un silencio por las verdades de los que ejercen a su conveniencia mayor poder, hoy nos encontramos con realidades o situaciones presentes que necesitan volver a revisarse, principalmente sobre la valides de los avales que fueron dando la 'normalidad' instituida en la sociedad.
Los fariseos hacían un amplio uso de aquellos 'avales' (desde su lugar religioso en el pueblo), para ubicarse siempre como los buenos, los piadosos, los que cumplen la voluntad de Dios en este mundo; claro, desde ese lugar no les quedaba más que señalar con el dedo a los malos e impíos que no acatan la voluntad de Dios. Esto se vuelve muy peligroso a la hora de tener en cuenta el respeto por otros/as -que no necesariamente piensan igual a nosotros/as- y por sus derechos, puesto que pueden ser pisoteados justificándolo con la voluntad misma de Dios (que en realidad esconde la voluntad de algunos/as). La mujer que besa los pies de Jesús y los baña con sus l&aacut e;grimas (Lc 7,36-38), era una persona juzgada por los "buenos y piadosos" (fariseos), como una mujer pecadora. Y desde la murmuración (porque era habitual que no se mostraran con sinceridad), Simón dice de Jesús: "si este fuera profeta, sabría quién es esa mujer que lo toca y lo que ella es " (Lc 7,39). Claramente hay, no solo un prejuicio sino, un juicio despreciativo y condenatorio de parte de los que se consideraban aprobados/as por Dios. La reflexión de Jesús (Lc 7,40-50), sobre esa situación que es bastante paradigmática, replantea el aval de Dios como argumento de los juicios despreciativos y condenatorios sobre otras personas. Si Jesús mismo, que es Dios hecho ser humano, perdona a aquella m ujer por más pecados que tuviera, la actitud cristiana en este mundo debe orientarse con la misma convicción: con el perdón y no con los juicios condenatorios. Jesús se explaya en su reflexión y argumenta que la mujer fue perdonada por sus muchos pecados, porque ha demostrado mucho amor (Lc 7,47). El amor aparece íntimamente ligado al perdón que viene de Dios, es más, Jesús termina diciendo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado, vete en paz'. Esto nos hace ver que hay una relación íntima e inseparable entre el perdón de Dios, el amor, la fe y la paz. Si se pretende dar el nombre de cristiano/a a algo que no contenga simultáneamente el ejercicio del perdón, del amor, de la fe y la paz, no se hace más que caer en alguna forma de expresión farisaica de la religión, entiéndase hipócrita y confabuladora.
Cuántas veces en medio de nuestras realidades nos encontramos con situaciones donde hay grupos, generalmente religiosos, que apelan a un aval divino para justificar violentas rupturas o distanciamientos cargados de broncas e intolerancia: color de piel, sector social, partido político, definición sexual, agrupación religiosa, etc. ¿Acaso Dios prefiere un determinado color de piel?, ¿o tiene en cuenta el capital del que se dispone?, ¿o prefiere algún partido político en especial?, ¿aprobará solo una forma de vivir la sexualidad humana?, o ¿tendrá en cuenta una sola manera de confesar la fe cristiana? De ser así, no tendr&iacu te;a sentido la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Mientras perduren signos y señales de indiferencia e intolerancia, murmuraciones y confabulaciones, divisiones que expresan la falta del perdón, amor, fe y paz, solo se estará haciendo prevalecer los intereses de ciertos grupos. Mientras que donde se muestre signos y señales de aceptación y reconocimiento, acompañamiento y un ejercicio del perdón que viene de Dios, se dará testimonio fiel de la presencia de Cristo en nuestras realidades.
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domingo, 6 de junho de 2010
Homilia de Domingo - Angelus usos católicos
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