sábado, 12 de junho de 2010

¿Dios dice? o Simón dice.

Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es:

¡una pecadora!»  Lucas 7,36-8,3

 

Son curiosas las justificaciones que utilizamos para apartarnos de los demás, los argumentos que buscan marcar la diferencia de los terrenos en los que estamos parados/as, intentan apelar a la aprobación de otros/as (si son muchos/as mejor), también se pretende un aval institucional que nos de la razón, y por supuesto no puede faltar el aval religioso o divino.  De esta manera llegamos a comprender que la "normalidad" pretendida por los -mezquinos y soberbios- intereses de algunos grupos o sectores, está avalada por Dios mismo.  Con este criterio -en distintos momentos históricos- se ha llegado a justificar guerras, como la condenación y matanza de aquellos/as qu e no tuvieron un respaldo político-económico que les permitiese sobrevivir.  La historia no la pueden contar las personas que fueron asesinadas, ni aquellas que quedan sometidas a un silencio por  las verdades de los que ejercen a su conveniencia mayor poder, hoy nos encontramos con realidades o situaciones presentes que necesitan volver a revisarse, principalmente sobre la valides de los avales que fueron dando la 'normalidad' instituida en la sociedad.

 

Los fariseos hacían un amplio uso de aquellos 'avales' (desde su lugar religioso en el pueblo), para ubicarse siempre como los buenos, los piadosos, los que cumplen la voluntad de Dios en este mundo; claro, desde ese lugar no les quedaba más que señalar con el dedo a los malos e impíos que no acatan la voluntad de Dios.  Esto se vuelve muy peligroso a la hora de tener en cuenta el respeto por otros/as -que no necesariamente piensan igual a nosotros/as- y por sus derechos, puesto que pueden ser pisoteados justificándolo con la voluntad misma de Dios (que en realidad esconde la voluntad de algunos/as).  La mujer que besa los pies de Jesús y los baña con sus l&aacut e;grimas (Lc 7,36-38), era una persona juzgada por los "buenos y piadosos" (fariseos), como una mujer pecadora.  Y desde la murmuración (porque era habitual que no se mostraran con sinceridad), Simón dice de Jesús: "si este fuera profeta, sabría quién es esa mujer que lo toca y lo que ella es…" (Lc 7,39).  Claramente hay, no solo un prejuicio sino, un juicio despreciativo y condenatorio de parte de los que se consideraban aprobados/as por Dios.  La reflexión de Jesús (Lc 7,40-50), sobre esa situación que es bastante paradigmática, replantea el aval de Dios como argumento de los juicios despreciativos y condenatorios sobre otras personas.  Si Jesús mismo, que es Dios hecho ser humano, perdona a aquella m ujer por más pecados que tuviera, la actitud cristiana en este mundo debe orientarse con la misma convicción: con el perdón y no con los juicios condenatorios.  Jesús se explaya en su reflexión y argumenta que la mujer fue perdonada por sus muchos pecados, porque ha demostrado mucho amor (Lc 7,47).  El amor aparece íntimamente ligado al perdón que viene de Dios, es más, Jesús termina diciendo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado, vete en paz'.  Esto nos hace ver que hay una relación íntima e inseparable entre el perdón de Dios, el amor, la fe y la paz.  Si se pretende dar el nombre de cristiano/a a algo que no contenga simultáneamente el ejercicio del perdón, del amor, de la fe y la paz, no se hace más que caer en alguna forma de expresión farisaica de la religión, entiéndase hipócrita y confabuladora.

 

Cuántas veces en medio de nuestras realidades nos encontramos con situaciones donde hay grupos, generalmente religiosos, que apelan a un aval divino para justificar violentas rupturas o distanciamientos cargados de broncas e intolerancia: color de piel, sector social, partido político, definición sexual, agrupación religiosa, etc.  ¿Acaso Dios prefiere un determinado color de piel?, ¿o tiene en cuenta el capital del que se dispone?, ¿o prefiere algún partido político en especial?, ¿aprobará solo una forma de vivir la sexualidad humana?, o ¿tendrá en cuenta una sola manera de confesar la fe cristiana?  De ser así, no tendr&iacu te;a sentido la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.  Mientras perduren signos y señales de indiferencia e intolerancia, murmuraciones y confabulaciones, divisiones que expresan la falta del perdón, amor, fe y paz, solo se estará haciendo prevalecer los intereses de ciertos grupos.  Mientras que donde se muestre signos y señales de aceptación y reconocimiento, acompañamiento y un ejercicio del perdón que viene de Dios, se dará testimonio fiel de la presencia de Cristo en nuestras realidades.

 
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